En lo que puede ser una de las noches mas cálidas del año, la edición de este año del Potaje de Utrera se ajustó al guión previsto y contentó a unos mas a otros con un cartel heterogéneo que ofreció buenos aunque escasos momentos para los amantes del Flamenco en su acepción más purista.

Presentado por Pepe Da Rosa, la noche se abrió con la virtuosidad de un maestro de la música, David Peña “Dorantes”, un artista sensible y único que acompañado por un percusionista y un chelo nos regaló la musicalidad de sus manos con unos sonidos más próximos al Jazz que al Flamenco, pero igualmente maravillosos ante un público que no era el más propicio para este tipo de concierto. Aun así Dorantes se confirmó como uno de los músicos más importantes de este momento, prueba de ello es su actividad que le lleva a todos los lugares del mundo.

El Flamenco llegó después con la voz de Pansequito, el ultimo giraldillo del cante que atesora en su voz la sabiduría de los años y el respeto por la ortodoxia de los cantes como seña de identidad de las grandes figuras de las que ya quedan pocos exponentes. A sus 64 años, Pansequito tuvo en unos tarantos y en las bulerías lo mejor de su actuación, con una maestría única que le ha hecho ser en la actualidad uno de los cantaores imprescindibles de cualquier cita flamenca y demostrando que La Línea de la Concepción también es Flamenco aparte de Copla.

La primera parte la cerró la esperadísima Niña Pastori que no defraudó a sus fans, digo bien a sus fans, a los que esperaban que cantara canciones de sus discos (como el Tango “Aire de Molino” de su disco “Maria”), algo que se limitó a cumplir sin más. Niña Pastori tiene una voz clara y hermosa que le sirve para dar de vez en cuando pinceladas de buena cantaora como lo hizo en Utrera al regalar unos fandangos a un público que ya tenía ganado antes de salir, aunque los aplausos no quemaron las manos de nadie. La artista se limitó a cumplir y punto.

Pero la noche se calentó ya en la segunda parte que comenzó con el baile de la Farruca, arropada por un cuadro de cante que fue de lo mejor de la noche, unas voces llenas de gitanería que acompañaron la versatilidad de esta bailaora hija y madre de bailaores, que dejó sobre el escenario del Potaje la fuerza de su raza, la expresión de su cuerpo con una plasticidad y un compas que ya solo comparten las grandes damas del baile.

El fin de fiesta corrió a cargo de un grupo de Utrera y Lebrija donde destacó la gracia y el ángel del “Cuchara” que a sus 84 años se marcó unas bulerías cantadas y bailadas con un sabor añejo que te hacia recordar que estábamos en un festival que tiene ya 55 años. De este fin destacar la única cantaora que puso al público en pie: La lebrijana Anabel Valencia que con su chorro de voz, su compas, su arte y su capacidad de mostrar en sus cantes todas las fuentes de las que ha bebido, cantó unas bulerías sentidas y consiguió que el publico frio y distante entregara la cuchara, de madera, claro.

Por último el Potaje rindió homenaje a uno de los maestros de la guitarra, Juan Habichuela que no acudió al encontrarse enfermo.