Hay una palabra que me persigue desde que hace 10 años se la dediqué a Rocío Peralta: Revolución. Y les voy a decir una cosa, una década después no me arrepiento de ello. Lo dije en su momento y lo repito ahora: Rocío Peralta supo leer como pocas personas una necesidad que había en la flamenca sevillana y clásica, esa que no teme considerarse rancia. Porque en los primeros 2010 había un cierto divorcio entre las firmas clásicas que poblaban SIMOF y ese sector sociocultural que, sí, todo el mundo conocemos como las pijas. Estas iban a modistas porque lo de pasarelas les parecía demasiado, no les gustaba arriesgarse, no compartían esos coqueteos de firmas clásicas con otras ideas (Contexto: estábamos en pleno boom de Se Llama Copla), ellas querían verse seguras con un mantoncillo y un canastero o una falda de volantitos.
Rocío Peralta llegó en un momento en que la moda flamenca estaba cambiando (el periodo 2012-2016 da para varios análisis) e hizo una estrategia que, años después, se ha revelado como óptima: le dio a un público de la flamenca una marca y una entidad (el traje ya no era de modista, ahora llevaba etiqueta) con la que tener una cita anual a base de lunares, mantoncillo, volantitos e ideas atemporales. Dicho de otra manera: dio visibilidad en pasarela a algo que ya estaba en la calle. Pero la pasarela siempre pide más y lo diferenciador de Peralta fue jugar con los estilismos y con elementos culturales: el resultado han sido unos desfiles donde el debate ha estado servido y donde nadie ha quedado indiferente, pero una cosa hay que tener clara: ha dado a su público lo que quería.
Bajo toda esa premisa llegamos anoche a la Fundación Cajasol a presenciar porqué estos 15 años han sido un recorrido de flamencas genuinamente sevillanas, de rojos y blancos siempre protagonistas, de lunares en colores vivos, de mantoncillos bordados pidiendo ser el centro de las miradas, de estampados florales entrelazados con volantes canasteros y estilismos que han ido oscilando entre lo que se quedará solo en pasarela y los claveles como sinónimo de flamencura.
Como muchos en otros desfiles de aniversario, Rocío Peralta nos ha puesto por delante lo que es su firma, sin aditivos y con la estructura de lo que quiere presentar bien clara: comienzo de blancos evocando el mundo del caballo, profusión de colores y flores para pasearnos por la naturaleza, lunares que brillan sobre tejidos caídos de aires taurinos y un final puramente flamenco (Farruquito mediante) con la trinidad de los volantes: rojo, blanco y negro. Peralta siendo Peralta.
Y como en toda efeméride que se precie siempre nos gusta que haya algo de brillo, destacamos esos tejidos de la parte taurina con tonos metalizados, que fueron el punto diferenciador y que, si bien no tendrán el efectismo de otras tonalidades (el rojo y el blanco siempre llaman más de primeras), en el desfile supieron destacar y ser de lo más interesante.
Se celebra así una década y media donde diseñadora y clientela han ido de la mano, donde los trajes han ido fieles a su esencia y en el que la invitación a la Feria estaba clara desde el primer volante.
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