Como cada año, llega el 7 de enero y con ello empieza el año nuevo en moda flamenca. Atrás quedan las Navidades, por delante queda la temporada de volantes pero, ¿A quién le interesa?, ¿A quién le importa el nombre de una colección?, ¿Cuántos se molestan en saber qué historia o qué mensaje nos quiere vender un diseñador con su propuesta?, ¿Cuántas personas quieren saber de la trayectoria de quién se sube a pasarela? Probablemente muy pocas.

Les parecerá pesimista e incluso contradictorio que esa afirmación se dé justo aquí, en uno de los pocos medios dedicados a moda flamenca donde a día de hoy mantenemos una postura analítica y reflexiva sobre el sector, pero es la realidad: los volantes están en medio de una burbuja donde todo es impacto instantáneo, donde los trajes son ideas de usar y tirar, donde no se construyen ideas, ni identidad ni personalidad. Solo hay trajes bonitos, a los que darle a me gusta en instagram sin preguntarse de quién es. No hay tiempo: la gente solo quiere ver más y le da igual todo: le da igual cómo está hecha la foto, dónde fue el desfile, quién lo lleva puesto, quién es el diseñador o en qué cuenta está. También le da igual que esa costura deje que desear o le da igual que sea una copia, solo quieren fotos bonitas de trajes, efectismo puro y consumo rápido donde cada vez hay más trajes y menos moda, más gente y menos personas.

Hay quién dice que nos encaminamos a una burbuja como lo fue la inmobiliaria pero entre volantes. Quizás tienen razón: es difícil mantener tanta pasarela, diseñador, medio de comunicación o cuenta de instagram. No hay espacio ni demanda para tanta oferta. Aunque creamos que sí, pero no es así: a medio plazo se acabará viendo. Pero ese camino ahora mismo se antoja difícil porque la máxima de que quién tenga un proyecto bueno se mantendrá no parece que se pueda cumplir. No en un momento donde todo es me gusta en instagram, donde cualquier mediocre que pague vista a la influencer de turno da la campanada en forma de foto viralizada por cuentas de instagram que se copian las fotos entre sí y donde los conocimientos de moda, de costura y de cultura flamenca brillan por su soberana ausencia a todos los níveles (excepto honrosas excepciones).

Esa es la flamenca que recogimos en 2019 y la que vendrá en 2020: la de unos buenos diseñadores que harán bien su trabajo, la de unas pasarelas que cumplirán con su papel, las de unas modelos que nos venderán el traje y la de unos fotógrafos y medios de comunicación que nos vamos a dejar la piel en trabajar y en dejar la moda flamenca en el lugar que se merece, aunque luego todo se reduzca a números, a likes, a vendehumos que ni siquiera ofrecen una contraprestación más allá de «mírame quién soy, tengo todos estos seguidores» o que vengan todas esas personas deseosas de revisar todo lo que saldrá para ver qué pueden trincar y hacerlo suyo sin que les pertenezca. Lo han hecho y lo harán, pero da igual: nadie les dirá nada (y si lo haces el malo eres tú), ni va a leer ni se va a molestar, solo ven una foto a la que darle like.