«¿Cuántos trajes de flamenca con dos metros de tela inflamable y por 70 euros de precio veremos en la próxima Feria?«. Recibía hace poco esta pregunta bastante peregrina en los privados de instagram por parte de una seguidora. Os respondo a todas: MUCHOS.

La fiebre por el consumo, la burbuja de la moda rápida, la ansiedad por estrenar, el aumento del coste de vida o la producción de usar y tirar, unido a un vivir las fiestas andaluzas como si no hubiera un mañana (que vimos en 2022) han sido el escenario perfecto para que de repente aparezcan trajes de flamenca de dudoso lustre y peor confección para responder a la demanda de un público que quiere estrenar y, sobre todo, parecerse a la influencer de turno. Porque ahí está la clave: esa moda flamenca por menos de 3 cifras no copia ni se mira en las firmas grandes del sector. Para nada.

Por regla general lo mismo que está pasando en el mundo del pronto moda ha llegado a los volantes: si los comercios de procedencia asiática se miran en el espejo de Inditex o Primark, los trajes de flamenca que estos mismos comercios ahora venden nos llevan directamente a quienes representan la equivalencia en términos flamencos respecto a los dos gigantes del retail: Sibilina y Doña Ana.

No nos engañemos: no veremos un intento de José Hidalgo o Javier García por 50 euros (podría ser, pero sería muy gracioso). El público objetivo de estos trajes es el mismo que está semana sí semana también en las apps de AliExpress o Shein buscando remedar modelito instagrameable. Y si durante el resto del año se están fijando en <introduzca aquí nombres de influencers a su antojo> para su look de invitada perfecta, cuando llega Feria también lo harán y… ¿De quién se vistieron esas influs el año pasado? Exacto: de Sibilina o de firmas como Rocío Peralta, Notelodigo, Aurora Gaviño, Rosa Pedroche y algunas más. Pasada la Feria instagram era un reguero de clones entre sí de publicaciones donde los trajes, posados y caras repletas de ácido hialurónico inundaban toda clase de perfiles, se llenaban de likes y, claro está, llamaban a la puerta de un público aspiracional que quería verse como su referente de turno.

Aquí es donde entran en acción los trajes a 70 euros. ¿Qué no puedes pagarte los algo menos de 300 euros de un Sibilina o un Doña Ana (que hagas las veces de un Rocío Peralta o Notelodigo)? Tranquilas, nuestros teléfonos móviles nos conocen mejor que nuestras madres y en varios países del tercer mundo ya hay niños personas cosiendo esas inspiraciones sibilinescas para que lo puedas encontrar no solo en la tienda asiática de turno, también lo verás en el Paquita Esquilá de tu pueblo/barrio. Así por un módico precio podrás llevar el mismo traje que Rocío Osorno, Teresa Bass o María de Jaime. Otra cosa es que, efectivamente el traje no lleve ni forro o que el bambo que se pone tu madre en verano para estar por casa tenga más lustre.

Llegados a este punto sobra decir que este mercado de trajes baratísimos no es competencia directa de las firmas que todos los años están en pasarela. Dudo mucho que una flamenca que suspira por un Antonio Gutiérrez o un Pedro Bejar se compre un vestido de estos a modo de placebo. Estos trajes, como hemos ido repitiendo en párrafos anteriores, compiten frontalmente contra Sibilina, una marca cuyo modelo de negocio comenzó con los precios bajos pero que debe mucho de su éxito a instagram y a su inversión en influencers. Tanto han machacado internet con sus flamencas que al final les han crecido los enanos y, lo que ahora se vende por 270 euros con la etiqueta de «hecho en España», también lo puedes encontrar por 70 con su correspondiente «made in Taiwan». Hablando de internet: algunos de estos vestidos están a la venta en tiendas online que, a veces, utilizan las imágenes capturadas de instagram, sean de la firma que sean, para hacerte creer que te venden ese traje por 90 euros. En muchas ocasiones se aprovechan de la falta de cultura del público a la hora de informarse sobre la autoría de los trajes (muchas reconocen a la influencer en una foto pero no a la firma por más etiquetada que esté) combinado con lo tremendamente fácil que es estafar en internet. O de dar gato por liebre.

Habrá quién diga que esto es una forma de estrenar traje y que no todo el mundo puede permitirse un traje de firma cada año. Cierto es. Pero también es cierto que el traje de flamenca no es un bien de primera necesidad, vestirlo no es un derecho (he llegado a leer este comentario más de una vez, pero en mi periplo opositor no he encontrado ley alguna que así lo mencione) y, sobre todo, es un artículo de lujo cuya producción y elaboración se realiza en proximidad, en talleres de nuestra tierra y con unas materias primas o costes laborales que hay que pagar. Nadie da duro por pesetas y el traje de flamenca es un capricho que, como cualquier otro que tengamos, exige un sacrificio económico por nuestra parte.

Aún así, de poco sirve en muchos casos esa llamada al consumo responsable, o de invitar al mercado de segunda mano, a las rebajas flamencas o al préstamos entre amigas. De poco o nada porque es target, en su completa libertad, es de esos que no solo quiere pagar menos o estrenar siempre: quiere soñar durante cinco minutos que lleva un traje como el de su ídolo. Quieren ESE traje y eso es lo que estas tiendas les dan. Y si al final el traje en persona se ve fatal no pasa nada: después de pasarlo por 4 apps y 30 filtros nadie notará la diferencia.

Imagen de cabecera: campaña de Sibilina Flamenca.