Desde la llegada de We Love Flamenco al circuito de las pasarelas flamencas hemos asistido no solo a la evolución de un evento, también a la del propio sector y a de como sus citas han ido moldeándose y creando un universo propio. En el caso de la de Go! Eventos se ha pasado del costumbrismo que brindaba el tener un Salón Real completamente iluminado a la intimidad de un juego de luces que, desde 2019, centraba toda la atención visual en las modelos y en el desfile. Un cambio que no evita que se siga hablando o debatiendo sobre cuál pasarela es más aconsejable si «haces un tipo de flamenca u otro«.

En ese contexto llamó la atención la apuesta de Pedro Béjar (y de sus volúmenes) por regresar a las pasarelas en We Love Flamenco 2023. El resultado fue un manifiesto y una declaración de intenciones: fue a exprimir las opciones del espacio, de las luces, de las cámaras e incluso de las modelos para construir un desfile que solo hay que verlo en youtube para entenderlo: parece un videoclip.

Obviamente no fue un entrar por salir, sino un regreso que se asienta y tiene la continuación en ‘Vulnerable‘, una nueva propuesta donde minimalismo y maximalismo en vez de ser antagónicos se vuelven complementarios. Incluso el cambio de pasarela simboliza un cambio de etapa: si en SIMOF conocimos a un Pedro Bejar folclórico, en We Love Flamenco son sus inquietudes por la moda convencional y la sobriedad las que dibujan a su flamenca. De ahí la visión minimalista: trajes lisos, cortes limpios con precisión geométrica, cuerpos casi despejados de detalles, ausencia de complementos, estilismo natural y solo unos pequeños lunares salpicados o bordados de mantón (y en algunos trajes).

Como contraste o respuesta, los volantes vuelven a explotar en metros de lazo y organdil, las flores en tamaño considerable y del mismo tejido que el traje redondean algunos escotes, los flecos recorren cuerpos enteros para dar dinamismo a un figurín que, por los mikados, se aprecia como rígido, y las mangas voluminosas engrandecen brazos u hombros. Solo hacia el final aparecen algunos bordados que nos remiten a su trabajo anterior. Todo ello construido a partir de unos bocetos en los que solo parece importar el traje, vendiendo la idea de que solo esa pieza viste perfecta a una flamenca, un menos es más en cuanto a estilo pero que en la forma se traduce en más es más. Hay exceso, sí, pero (casi) nunca en los detalles.

Ese protagonismo del aspecto técnico nos lleva a entender el patrón casi como una especie de segunda piel: el traje de flamenca, sin más acompañamiento que él mismo, parece que algo le falta, que está incompleto, como si necesitara llevar más cosas. Una posible sensación de desnudez que remite al nombre de la colección. Porque cuando estamos desnudos nos sentimos vulnerables o intimidados, nos falta ropa que haga de escudo (o incluso nos dé seguridad). Algo similar se plantea aquí: el traje solo, sin apenas añadidos, mostrando su mejor versión, siendo el reflejo en bruto del trabajo de un creador centrado en hacer lo que se le da bien, que lo presenta ante el público como un folio en blanco (que ese color abra el desfile no es casual) y que deja a que las demás lo interpretan y quieran vestirlo o revestirlo a su manera.

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